Muchas veces me pregunto por
qué viajo. Soy kayakista, pero no viajo por el kayak. Esa fue la excusa cuando
empecé a recorrer los ríos de diferentes lugares del mundo. Quería conocer los
ríos que tantas veces había visto en películas y revistas, ser protagonista de
aquellas fotos, experimentar aquellas experiencias sobre las que hablaban los
“pros” en sus artículos, vivir la adrenalina de enfrentarme a lo desconocido,
luchar contra mis miedos y cruzar fronteras.
Así fui sumando experiencias,
pero en seguida me di cuenta de que lo que más me apasionaba de las aventuras
era aquella sensación de tirarme al vacío en cada viaje, dejar la rutina atrás
y comenzar una nueva vida por unas semanas. Por un tiempo ser otra persona,
conocer nueva gente, nuevos lugares y nuevas culturas. Es curioso cómo de
alguna manera comienzas de cero cada vez que coges un avión. Tener que
relacionarte con gente nueva, querer caer bien y crear nuevos vínculos, querer
extraer la energía de cada lugar y llevártela contigo de vuelta a casa. Esa
sensación de que la persona que se va nada tiene que ver con la que vuelve. Eso
es para mí viajar.
Empujado por esa pasión he
viajado por lugares como Groenlandia, Pakistán, Patagonia, Nepal, Australia, Nueva
Zelanda, Georgia… siempre con mi kayak a cuestas, ese ha sido mi pasaporte, mi
llave para entrar a cada lugar al que he ido. Mi excusa para montarme en el
avión.
Mirando atrás con la
perspectiva que me dan casi diez años de aventuras, me doy cuenta de que no me
quedo con los ríos que he bajado, al principio los contaba, marcaba los tramos
que había hecho, apuntaba su dificultad e incluso los valoraba con estrellas.
Un día, sin más, dejé de hacerlo, e incluso he perdido aquella lista. Me di
cuenta de que no hacía esto por acumular nada sino por el mero disfrute que me
daban aquellas experiencias.
Normalmente a cada viaje
siempre le he pedido algo. Ha habido unos en los que lo único que quería era
estar todo el día en el agua y remarlo todo; otros en los que la aventura se
centraba en la exploración, en preparar minuciosamente el viaje, en aproximarse
al lugar e ir salvando los escollos que te plantea el adentrarse en lo
desconocido; otras veces simplemente he ido a disfrutar de los paisajes dejando
la dificultad más de lado y otras la aventura ha estado en la compañía, en las
relaciones. Normalmente siempre he salido sabiendo lo que busco, o al menos
sabiendo, más o menos, lo que me podía esperar en el destino.
Ahora acabo de volver de un
viaje. Un viaje al que no le pedía nada en especial, pero que me ha dado de
todo.
Es raro, pero esta vez no
tenía tantas ganas de viaje, estaba a gusto en casa, cosa que en principio es
bueno, pero que a la vez evidencia síntomas de estancamiento, más cuando
llevaba meses sin montarme en mi kayak por falta de agua, ¿Será cosa de la
edad? Estaba claro, era hora de moverse, corría riesgo de oxidarme.
Siempre que voy a Sudamérica
vuelvo igual, sin ganas de regresar a casa y con ganas de más. Será ese carácter
latino, ese caos ordenado, esa relajación, esos acentos “mal” puestos que le
dan un punto sexy a todo o puede que simplemente sea la similitud de las
culturas, el idioma, que nos entendemos mejor, que te sientes como en casa,
pero sin trabajar y flexible para todo. Eso es un punto.
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PERÚ -
Me marché con mi kayak (no podía
faltar) a Perú, sin saber demasiado sobre el país más allá de básicos como
Machu Picchu, las llamas, los vestidos coloridos, la hoja de coca y ríos largos
para expedición. Fui porque tengo amigos allí y a última hora se me sumó Paulo,
amigo de toda la vida. Un lujo.
Al no saber demasiado del país
no me había hecho muchas esperanzas con nada, dejarme llevar y disfrutar de lo
que fuera sucediendo, si no hay un plan no hay ningún plan que pueda
frustrarse. Hacía tiempo que no viajaba así, relajado y sin ningún objetivo
claro, y de vez en cuando, se agradece.
Fue aterrizar en Cuzco y sin
siquiera pasar por casa nuestro amigo Rambito nos condujo a un río que estaba
ahí al lado, así hacíamos un lap rápido y comenzábamos bien el viaje. Nos llevó
como ¡tres horas! llegar a ese río que estaba al lado, si eso era el río de al
lado de casa… pintaba que íbamos a chupar bien de horas de carretera.
A los dos días nuestros amigos
nos abandonaron por una semana y se fueron a Chile a una competición. Paulo y
yo nos quedamos solos en Cuzco, sin un plan claro. Decidimos que era buen
momento para comenzar con la aventura y hacer una expedición, por lo que nos
marchamos al río Apurimac, el que es, según dicen, la mejor sección de aguas
bravas del país.
Este río es considerado como
el lugar más lejano del nacimiento del Amazonas y su nombre, en lengua quechua
significa Gran Hablador, considerado como el más poderoso de los oráculos
Incas, que habla a través de sus grandes y turbulentos rápidos. Interesante
descripción para un kayakista.
Cuando dos kayakistas de la
zona (Frodo y Víctor) escucharon que queríamos ir al Apurimac saltaron al coche
con sus kayaks y nos fuimos de misión hacia el sur.
La sección de aguas bravas de
este río se divide en tres tramos. El primero, el cañón Negro, es un sencillo
paseo de clase 2-3 que a lo largo de 60km que surca impresionantes y profundos
cañones en un paisaje árido de montaña. Después viene el cañón Blanco, donde el
río se empieza a poner más interesante y donde van apareciendo algunos rápidos
de clase 5.
Remando bastante fuerte, nos
llevó dos días recorrer los cien kilómetros de estas secciones hasta llegar al
mejor tramo del río. El cañón del Abismo.
Víctor, uno de nuestros
acompañantes creció a la orilla de este río, e intrigado por aquellos
kayakistas que solían terminar su descenso en su pueblo comenzó a interesarse
por el kayak. Fueron aquellos guías los que le enseñaron a esquimotear y
quienes lo llevaron por primera vez a hacer rafting. Gracias a ellos hoy
trabaja en el río y tiene la suerte de hacer poder viajar y conocer mundo, cosa
que hubiera sido mucho más difícil sin el kayak. Es bonito ver lo que nuestro
deporte ha aportado a muchas comunidades.
Nosotros también paramos allí
y aprovechamos para saludar a su madre y recuperar energías antes de seguir con
nuestra misión.
A partir de aquí seguimos
Paulo y yo solos, ya que nuestros acompañantes no se veían con nivel suficiente
para remar este tramo.
Eso nos inquietaba y nos
animaba a partes iguales. Los locales le tienen mucho respeto a este cañón, de
ahí su nombre, pues suelen quedarse en su entraba como quien contempla el
abismo. A la vez significaba que había algo potente ahí adentro.
Nos adentramos sin información
alguna sobre el tramo, más allá de saber dónde teníamos que salir. Eso siempre
impone, pues te hace ir con todos los sentidos alerta y muy concentrado con
todo lo que va llegando.
El tramo resultó ser duro, un
bouldergarden (campo de rocas) con muchos sifones que nos hacía remar con el cuello estirado mirando al
horizonte y nos obligaba a mirar muchos de los rápidos que nos íbamos
encontrando para no caer en ningún sitio inesperado, lo cual hacía nuestro
avance lento.
Por momentos el río nos encerraba
en profundos y verticales cañones en los que rezábamos porque no hubiera ningún
rápido potente del que no pudiéramos escapar. Así suelen ser las expediciones, la
cabeza pasa por mil fases durante el descenso hasta llegar al éxtasis al final
del río.
Nos llevó otro par de días y
medio descender este tramo de 100km, sumando casi 5 días en el río,
descendiendo de los más de 2500m hasta los en torno a 700m, pasando de la árida
montaña a la más espesa selva amazónica. Fue bonito volver al modo expedición,
remar con kayaks pesados, cargando con la comida y la ropa para todos los días,
dormir a la orilla del río, cocinar al fuego, comer poco y hablar mucho.
Las siguientes dos semanas
resultaron mucho más tranquilas. Nuestros amigos volvieron lesionados de Chile
y todos los planes que teníamos se truncaron. Paulo y yo no teníamos como
movernos y todo quedaba lejos. Perú es un gran país, pero desplazarse por allí
es toda una misión, sobre todo cuando no dispones de medios para ello.
Las cosas así, aprovechamos
para estar más con amigos, relajarnos, viajar un poco, hacer el turista,
conocer más el país e incluso pude ir a surfear un poco por la costa cerca de
Lima.
Tras tres semanas en la tierra
de los incas nos marchamos para Chile, una de las mecas mundiales del kayak, de
donde además llegaban ecos de mucha lluvia por la zona.
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CHILE
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Allí nos juntamos con Aitor
para cerrar el triángulo donostiarra. Aitor se debió de asustar un poco de las
energías que traíamos Paulo y yo, estábamos ansiosos por remar (demasiado relax
últimamente), y estábamos en el mejor sitio para ello.
Yo solo tenía diez días, pero
tenía ganas de remar todo lo que pudiera de la zona. Nada de turismo esta vez,
todo kayak. Me sentía como hace años atrás, ansioso por devorarlo todo, de
remar todos esos rápidos que tantas veces había visto en vídeos y con los que
tanto había soñado. Pero hay que tener cuidado con ese exceso de ganas, porque
cuando hablamos de rápidos de esta dificultad esto se puede volver en tu
contra, hay que tener las cosas claras cuando decides hacer algo y no dejarte
llevar por el deseo y el ansia para no tener ningún susto que vayas a pagar
caro. Hay que ser de sangre caliente, pero de mente fría.
Pero las cosas fueron bien,
nos adaptamos rápido y en seguida fuimos cogiendo buenas sensaciones. Hicimos
una lista de los ríos que queríamos remar y como los caudales acompañaron
pudimos hacerlo casi todo. Comenzamos en Pucón donde remamos muchos de los
clásicos y de allí fuimos subiendo hacia el norte, pasando por las cascadas
Tomatita y Newen hasta llegar al río Claro, uno de nuestros grandes sueños
desde que comenzamos en esto del kayak extremo.
Cuando un kayakista cierra los
ojos y sueña con un río, normalmente ese río suele parecerse al Río Claro. Una
sección de aguas bravas de gran calidad y lleno de saltos, rodeado de
naturaleza y surcando impresionantes cañones.
Es por eso que no pudimos
dejar pasar la oportunidad de acercarnos al Parque Nacional 7 Tazas para remar
esta joya de la naturaleza, convertido en aquapark para kayakistas.
Pero lo que nos encontramos
nada tenía que ver con aquel idílico aquapark que esperábamos. El río rugía con
fuerza debido a las fuertes lluvias de los últimos días, algunos kayakistas que
andaban por la zona se iban de allí porque al parecer el río iba demasiado
alto. Meeeenudo bajón, era mi último día en Chile y el panorama no era nada
halagüeño. ¿Sería verdad que tras tanto tanto conducir, haber engañado a Aitor y
Paulo para dejar Pucón lleno de agua para subir aquí arriba (a ellos les
quedaba más tiempo) nos íbamos a ir de vacío?
Por hacernos una idea del río fuimos a mirar la sección de 22 Saltos, que Paulo ya conocía del año pasado y no tenía tan mala pinta, así que decidimos probar con este tramo primero, que a priori era más sencillo que lo que venía abajo. Iba alto, pero nos suelen gustar así, más agua, más divertido (si todo sale bien).
Cuando salimos de esta sección
nos invadió la duda de si seguir hacia la Garganta del Diablo, es el segundo y
el más fuerte, y solo por el nombre ya impone. No teníamos muchas referencias
sobre este tramo, más que es un clásico de la zona y que ya mucha gente lo
había bajado antes. ¿Por qué iba a suponer un problema entonces? Más agua,
mejor, así suele ser normalmente (nos queríamos convencer). Era la única
oportunidad de probarlo y el trío estaba con ganas. Padentro pues.
Y menos mal. Menudo tramo, menudo lugar y menudos rápidos...
El caracol es uno de los más famosos rápidos del mundo por su belleza estética. Un lugar mágico y una foto soñada. Pero esta vez nada tenía que ver con aquel idílico lugar soñado. El caudal alto del río hacía que el chorro del caracol terminara en tubo y que la normalmente tranquila poza de abajo fuera una marmita en ebullición en el que si te despistabas la fuerte corriente te estampaba contra la pared, cosa que rezas porque no pase.
No había manera de salir de allí más que por el río, así que decidimos olvidarnos de la foto e ir los tres seguidos, ya que no había opción de montar seguridad, y así en caso de que a alguno le pasara algo hubiera otros dos cerca para ayudarle. Nada más que un sueño, eso era un sálvese quien pueda.
Al final, gracias a… (al que toque) todo bien, después vino la vagina (sugerente nombre cuando además llevas un mes rodeado de hombres) y algún paso estrecho más donde además me dejé mi pala de regalo enganchada entre ambas paredes para los que vengan después. Así soy yo, todo generosidad.
Cuando al fin salimos del
cañón no pudimos esconder nuestra alegría y relajación. No podemos decir que
fuera el relajado descenso que esperábamos, pero sí que en adelante lo
recordaremos en muchos sueños más.
Y fue salir del Claro y casi
sin tiempo para despedirme estaba montado en un bus camino al aeropuerto. Todo
terminaba, así deprisa, como sin tiempo para digerir los últimos días ya estaba
de regreso a casa, dejaba la primavera para volver al frío otoño, a la rutina,
al trabajo. Contento por lo vivido, feliz de volver de una pieza, pero con
ganas de más, sin ganas de regresar.
Vídeo del viaje a Chile:
Así son los viajes, al
principio cuesta un poco adaptarse y cambiar el ritmo, y cuando sientes que ya
las cosas fluyen de otra forma, que te has hecho al sitio y al tempo, alguien
te da una bofetada en la cara para despertarte y te das cuenta de que, así,
casi sin avisar, como si te lo hubieras imaginado todo, ha terminado.
Y la vuelta resulta aún más dura porque en los últimos
días la comunidad kayakera hemos perdido a dos buenos amigos, a dos grandes
compañeros. Ambos en el río, los dos en Nepal, haciendo lo que más amaban,
siendo libres y viviendo sus aventuras, sus sueños.
Eso me mata por dentro, nos hace reflexionar. Las
preguntas son lógicas, pero las respuestas son duras de asimilar. No nos gusta
hablar de estas cosas, pero lamentablemente vemos que en nuestro entorno pasa
más que en otros. Al final solo queda pensar que todos luchamos por vivir
felices, haciendo lo que nos gusta y disfrutando de lo que hacemos, buscando la
felicidad a nuestra particular manera. Parece que el mundo se encarga de
recordarnos a cada poco tiempo que no estamos aquí para siempre, pero nos damos
cuenta de que la vida puede ser más larga o más corta, y que al final no hay
mayor suerte que vivirla como uno quiere.
En eso seguimos.