viernes, 8 de abril de 2022

MAÑANA SERÁ TARDE. Misión Groenlandia (Película)

Os comparto la película que hace mucho que la gente nos estaba pidiendo. La película que cuenta aquel descenso que realizamos del río Kurssuaq en Groenlandia en el año 2016 (ha llovido un poco ya...), junto con Aitor Goikoetxea Astaburuaga, Fermin Perez Larrea y Edu Sola

La teníamos hecha desde hace unos años y solo la habíamos pasado en unos festivales y teníamos planeado hacer un tour con ella haciendo diferentes proyecciones, que al final se vieron truncadas por la pandemia.
Al final pensamos que es bueno compartirlo con todo el mundo y que se puedan ver por fin las imágenes de aquel impresionante río que pudimos explorar en tierras groenlandesas.
Me vienen muchos recuerdos volviendo a recordar aquella aventura. Espero que hayamos sido capaces de transmitiros las sensaciones de la que para mí ha sido la expedición más dura que he hecho hasta la fecha.
¡Espero que lo disfrutéis!





miércoles, 2 de marzo de 2022

Jötunn: exploración en Islandia

Jötunn es un documental en el que hemos intentado enseñar una aventura de exploración desde dentro. Porque el kayak extremo, más allá de lo que pueda parecer, no son unos locos que se tiran por cascadas. Somos personas que preparamos cada descenso al detalle y llevamos una vida trabajando en la técnica para poder hacer aquello que para la gran mayoría sería un suicidio. Diría que vivimos la naturaleza de una manera diferente, con una conexión especial con el agua y ríos. Para un kayakista, lo de menos es la foto o una toma espectacular, porque normalmente todo lo importante pasa con la cámara apagada. Lo importante es estar allí fuera, disfrutando de una pasión que le da la energía vital que le hace caminar por este mundo. Pero a veces también toca encender la cámara y esta vez hemos intentado enseñar eso que normalmente no se ve.

Diría que en España tenemos uno de los niveles más altos a nivel mundial en cuanto a kayakistas se refiere, y eso es importante reivindicarlo. Por eso creo que este documental tenía que hacerse.

Islandia: país de cascadas
Una cascada es -probablemente- la formación más estética e hipnótica que podemos encontrar en un río. Y si hay un país que destaca por sus cascadas, ese es Islandia; un país que está viviendo un boom turístico, cimentado principalmente en su impactante Naturaleza: volcanes, glaciares, aguas termales, géiseres y, por su puesto, cascadasSkogafoss, Godafoss, Dettifoss, Svartifoss... son sólo algunas de las paradas obligatorias que llenan revistas y redes sociales de impactantes fotos. No es de extrañar, por tanto, el interés que suscita esta pequeña isla perdida en el Ártico entre los kayakistas extremos.

A principios de año, charlaba con Aniol Serrasolses, uno de los mayores referentes del mundo del kayak extremo y mi compañero de remadas en muchas aventuras, sobre la opción de ir a Islandia a intentar abrir ríos nuevos. Tras un año parados, había ganas de arrancar de nuevo y esta isla era una buena opción, cercana y con las fronteras accesibles. Él ya había estado por allí y había explorado el terreno antes. Me confirmó que aún quedaba mucho mundo por descubrir en esas tierras y que le encantaría adentrarse en la zona en busca de nuevas aventuras.

A mí siempre me ha atraído de manera especial la exploración. Un viaje se prepara y se espera de manera diferente con la incertidumbre de lo que te viene por delante. El no saber si vas a encontrar algo, el miedo a meterte en lugares inexplorados y que todo sea un fracaso, la adrenalina de estar remando en lugares por donde nadie había bajado antes y no saber si el siguiente rápido será navegable… diría que es una sensación muy diferente a remar por ríos de donde ya tienes toda la información. Si Aniol decía que había opciones de exploración interesante, había que probarlo.

Caímos en la isla a mediados de junio y normalmente es la época de mayor deshielo aunque, según nos comentaban los kayakistas de la zona, este año el verano se estaba retrasando y todavía quedaba mucha nieve acumulada. Parecía que podíamos haber llegado en buen momento.

Dejamos atrás Reikiavik rumbo al Sur, donde arrancaría la exploración. Situado al sureste de la isla, Vatnajökull es el más grande de los cuatro campos de hielo de Islandia. En su parte suroeste, hay una zona en el que los glaciares se encuentran relativamente lejos del mar, donde además se concentran varios ríos relativamente largos en un área bastante reducida.

Por el camino, fuimos pasando de un valle a otro, pero un río tras otro, todos estaban secos. Hacía un frío intenso que no superaba los cinco grados, y el tan anhelado deshielo no parecía querer sumarse a la aventura. La frustración era evidente y los ánimos estaban muy bajos. Con los ríos tan secos no tenía sentido intentar ninguna misión que demandara mucho esfuerzo. No arrancaba bien la cosa.
Decidimos, por tanto, seguir subiendo hacia el Norte, donde sabíamos que había algunas conocidas cascadas como Godafoss, Aldeyjarfoss o Ullerfoss, que probablemente llevarían agua. En nuestra infructuosa ruta, que más parecía un viaje turístico que de kayak, fuimos parando en diferentes puntos turísticos como un cañón llamado Studlagil, en el que hace años, al construir una presa en la parte alta y reducir su caudal, emergió de sus aguas un espectacular cañón de paredes basálticas.

Al más puro estilo “guiri”, queríamos ir a remar allí y hacer algunas tomas para la película. Cuando nos acercamos al lugar, justo antes del cañón, vimos asomar un afluente que parecía llevar agua y, a juzgar por el color blanco de su recorrido, se intuía cierto movimiento. Para nuestra sorpresa, el afluente tenía un buen caudal y una impresionante secuencia de rápidos y cascadas navegables en su parte final. Sacamos el dron y lo volamos varios kilómetros arriba para ver el río. Aquello pintaba muy interesante. Planificamos el acceso mirando mapas y calculamos el tiempo que necesitaríamos para remar aquella sección. Un día parecía suficiente, ya que no parecía muy largo. ¡Ya había misión!

Cargados de muchas ganas y energía, a la mañana siguiente nos echamos los kayaks a la espalda y recorrimos casi sin descanso los 5 km que llevaban a su parte alta. Llega un punto donde se terminan los rápidos y el río se tranquiliza, lugar donde una cascada de unos 30 metros de alto marca el inicio de la sección más interesante. Entramos al río justo debajo. Estrechas y verticales paredes volcánicas guiaban el cauce del río, donde los rápidos no presentaban excesivas dificultades, más allá de un par de peligrosas cascadas, pero el paisaje era sacado de otro planeta.
Este río fue no fue más que un oasis momentáneo en nuestro viaje, porque no requería de mucho caudal para poder remarlo, pero el resto del territorio, lamentablemente, seguía seco. Tras este “chute” de positividad seguimos nuestro camino hacia el Norte. Los siguientes días nos acercamos a remar algunas cascadas clásicas que nos servirían para ir tomando el pulso al juego de los saltos, mientras subían los caudales por el Este.

Un amigo nepalí condujo más de 6 horas para sumarse a nosotros para el descenso de Godafoss, una cascada de unos 12 metros, con la mala suerte de que, en su segundo salto, cayó demasiado plano, y se partió la espalda. Un tremendo susto, que exigió la pertinente visita al hospital de Akureyri, que confirmó la mala noticia. Afortunadamente con unos meses de reposo volvería a estar bien.
Esto fue una rápida llamada de atención de a qué te expones cuando vas a remar cascadas. El riesgo que suponen y de lo precisos que hay que estar todo el tiempo. Un despiste te puede costar demasiado caro... y es algo que siempre tienes presente para mantener la concentración necesaria, pero que no debe de llegar a bloquearte.

Con buenas previsiones climatológicas, partimos de vuelta hacia el Este en busca de ríos. Acampamos en el take-out del Kelduá, un río que se descubrió hace pocos años, allá por el 2015, y que tiene una sección de unos 10 km de cascada-poza seguidas, que bien podrían haberla sacado de nuestros más inspirados sueños. No era una exploración, pero había ganas de conocer ese río.

Nos despertamos por la mañana con sol y cielo azul fuera de la tienda de campaña. Así, de repente, nos habíamos despertado en el verano. Con los kayaks a la espalda y la cámara en la mano, nos pusimos en marcha. Una sencilla caminata de 8 km dejó paso a uno de los días más épicos que recuerdo en el agua. Nos llevó todo el día descender toda la sección. Descendimos más de 15 cascadas y una multitud de rápidos. De repente todo fluía, nos sentíamos cómodos, no hubo errores graves y diría que sólo por ese río todo el viaje valió la pena. Pero queríamos más exploración.

Kayak Islandia

Llegamos a las 23.00 al final del río, donde teníamos el campamento. En ese punto confluyen el Kelduá y el Fellsá. Este segundo río también parecía ir con un buen caudal, y de él, en cambio, no habíamos oído nada. Tras mirar los mapas, concluimos que podía ser otra buena exploración. En su parte baja se veía tranquilo, pero los perfiles mostraban mayor desnivel en su parte alta.

Sin embargo, el Fellsá nada tenía que ver con su vecino Kelduá. La aproximación era más dura porque el río se adentra en algunos profundos cañones, que nos exigieron un esfuerzo extra para entrar al río, y el paisaje era mucho más rocoso. Resultó ser un descenso de 9 km de una dificultad media de cuarto grado, en general bastante fluido y agradable, con rampas y rulos franqueables y muy nobles, pero con un rápido más complicado en la parte final que requería de cierto coraje: un salto que cae a una rampa que termina en un gran rulo que abarca casi la totalidad del río. El combo perfecto para Aniol, que descendió majestuosamente, mientras que Aleix y yo caminamos también con bastante estilo.

Aprovechando la gran concentración de ríos que hay en el Este y los altos caudales del momento, nos quedamos por la zona de Egillstadir explorando algunos ríos nuevos y remando otros que son más conocidos. El Fagradalsá y el Kaldakvisl fueron dos de los ríos que más me gustaron por la zona con tramos cortos y de cauce estrecho, pero con espectaculares saltos.

Kayak Islandia

Al final exploramos un río más, el Gilsá, que desemboca en el lago Logurínn, un río sorprendentemente de estilo alpino. Seguramente, el más exigente y el menos espectacular visualmente de todos los que hicimos con una sección de clase cinco de rápidos muy continuos donde no hay respiro. Remamos un tramo corto, de algo más de tres kilómetros, pero que nos exigió lo máximo de nosotros. Fue un "sálvese quien pueda", un estilo de remar que exige una concentración constante y que no permite errores. Casi ni respiramos hasta que nos encontramos el puente que marcaba la salida del río.

Y así se nos fueron las tres semanas que teníamos para explorar los ríos de la isla. Lo que empezó como un frustrante e infructuoso viaje por el Sur, terminó dando sus frutos en el Este de la isla, donde la concentración de ríos es mayor. Nos quedamos con la pena de tener que emprender el viaje de vuelta cuando el deshielo estaba en su punto álgido.
Quedaron atrás meses de planificación preparativos. Aunque, como todo viaje de aventura que se precie, el viaje tuvo innumerables altibajos y una gran dosis de improvisación. Tras un año en el dique seco, volvimos a hacer una expedición con amigos, como si fuera un nuevo comienzo, como si hiciera siglos de la última aventura. Es en la Naturaleza y en los ríos donde somos nosotros mismos, donde nos sentimos realizados, y no se me ocurre mejor lugar que Islandia para arrancar de nuevo.
Como ya he comentado, esta expedición la hemos dejado plasmada en la película “JÖTUNN”, que podéis encontrar en:
https://www.redbull.com/es-es/films/jotunn

sábado, 4 de abril de 2020

Patagonia. Puro placer

Normalmente viajamos no por necesidad, sino por puro placer. El placer de experimentar cosas nuevas o al menos, diferentes. Ese placer es adictivo y puede llegar a convertirse en una necesidad. Se podría decir que ese es mi caso. Empecé a viajar por el mero hecho de llegar a ríos interesantes, atraído por espectaculares y exigentes rápidos de lejanos ríos, diferentes a los que podía disfrutar en casa.
Alrededor de esos ríos haciendo kayak empecé a descubrir nuevas culturas y paisajes espectaculares; Empecé a disfrutar de la soledad de los lugares inaccesibles y de la incertidumbre que generan los paisajes desconocidos. Me di cuenta de que el kayak me permitía disfrutar de todo eso de una manera especial, le da un sentido al viaje, un objetivo. No es solo ir a un lugar y verlo, es adentrarse en sus profundidades y muchas veces enfrentarse a exigentes retos de los que pocos tenemos la suerte de poder disfrutar. Y por si fuera poco, nos une a gente de otros lugares con los que, lejos de lo que me podía imaginar, compartimos muchas cosas, pero yo sobre todo una, la pasión por la aventura y el kayak, creando un vínculo entre las personas que de otra forma es difícil que surgiera.
En la península tenemos buenos ríos para hacer kayak, suficientes para poder disfrutar de nuestro deporte y poder alcanzar un buen nivel. Pero yo encuentro placer en lo desconocido, y para ello hay que irse lejos, cada vez más, según pasan los años. A estas alturas se ha convertido en necesidad.
La Patagonia ha sido siempre un lugar mágico para mí. Fui por primera vez allí hace ya ocho años y pasé varios meses viviendo en la zona. Se puede decir que aquí me hice un "hombre" en el mundo del kayak. Aquí descendí por primera vez un río desconocido, aquí hice mis primeros descensos de kayak en solitario y aquí me di cuenta de lo que me gustaba esa sensación.
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En los últimos años siempre he soñado con volver, pero por A o por B el camino me ha llevado a otros lugares. Este año soñaba con regresar y explorar unos lugares que desde hace tiempo tengo marcados en el mapa. La Patagonia es muy extensa e inaccesible en muchos lugares y aún quedan muchos ríos que no se han descendido nunca. Al final no salió la expedición porque mis compañeros de batallas tenían otros compromisos y tuve que cancelar esos planes. Aun así, he querido acercarme a la zona y disfrutarla de otra forma, sin objetivo claro, dejándome llevar.
Así caí en El Chaltén, en Argentina, paraíso del trekking y la escalada, donde todo sucede bajo la atenta mirada del monte Fitz Roy. Allí visité a viejos amigos y me relajé por varios días. Entre asado y asado, intercalé algunos trekkings con descensos de algunos ríos de la zona, e incluso participé en el rescate de un accidentado que lamentablemente falleció en las exigentes y peligrosas paredes del Fitz. Pude explorar también algún río interesante, pero por desgracia demasiado exigente como para adentrarme solo haciendo kayak.

Pero mi naturaleza me lleva siempre a las aguas bravas, y las más bravas y conocidas de la zona se encuentran en el país vecino, en Chile. Futaleufú es una de las mecas del rafting mundial y muchos de mis amigos pasan nuestra temporada invernal guiando en sus aguas.

A ellos me junté para disfrutar de unos intensos días remando en las fieras y cristalinas aguas del Futaleufú, en la que era mi primera visita a esa zona. Según pasaban los días el ambiente se fue animando y la motivación por remar aumentaba exponencialmente, por lo que no tardamos mucho antes de montar un grupo para salir de misión para el sur.
Aquí la temporada de rafting termina a finales de febrero y mis amigos no dudaron en dejar el trabajo unos días antes para embarcarnos camino al río Baker, a unas 7 horas de conducción. Nos juntamos dos vascos, dos catalanes y un mexicano. Un exótico grupo para un exótico río.

El Baker es el más caudaloso río de Chile y uno de los más conocidos del mundo de kayaking por la dificultad de sus grandes rápidos y la belleza del lugar. Rodeado de un paisaje estepario flanqueado por guanacos, este río nace del lago General Carrera, con aguas de color turquesa que se enturbian tras juntarse con el río Nef, éste de origen glaciar.
Aunque se encuentra en una zona poco poblada y salvaje, es un lugar de fácil acceso ya que se halla en el recorrido de la conocida carretera austral. Los rápidos son intensos por el elevado caudal del río, pero tiene líneas relativamente "sencillas" y no muy expuestas, por lo que es un buen lugar donde acostumbrarse a este tipo de rápidos de agua grande, eso sí, no es un buen lugar para fallar y salir nadando… Por suerte pudimos evitar tales males.
También se encuentra al lado de la carretera, por lo que el acceso a su parte más interesante es sencillo. Por si acaso, tirando de precavidos, dejamos todos los víveres necesarios para acampar en la salida del río, conscientes de que en este tramo la carretera no es muy transitada ya que el único acceso es en ferry y solo salen cuatro al día, y sería complicado que pasara alguien cuando saliéramos del río, por lo que probablemente el autostop se pospondría al siguiente día. Y acertamos…
Entramos al río con la prudencia de quien no tiene claro dónde se está metiendo, pero sabiendo que el recorrido, en principio, era seguro. Esta vez el río resultó ser más exigente de lo que cabía esperar. El caudal alto por los calores de esos días, sumado a la continuidad y dificultad de los rápidos, nos pilló desprevenidos y tuvimos que dar nuestra mejor versión como kayakistas para flanquear los primeros cañones.
Descendimos arriesgando lo mínimo, buscando las líneas más seguras y minimizando riesgos, conscientes de que algunos nunca habían remado antes en una sección tan complicada. Es lo bonito de este deporte, que el éxito de un descenso depende del trabajo y buen hacer de todo el grupo, aunque al final, claro está, nadie rema por el otro.

Pero el estrés tan solo duró unos kilómetros y en la segunda mitad de los 25kms del recorrido el río se relajaba considerablemente, aunque ganaba en calidad paisajística.
Así nos anotábamos un río inesperado en un principio y regresábamos a Futaleufú exultantes tras el éxito en nuestras aventuras del sur.

Sin tiempo para más, me toca agarrar el colectivo y cruzar de nuevo la frontera, esta vez hacia Bariloche, desde donde emprendo mi regreso a casa. Han sido unas intensas semanas de muchas y variopintas aventuras, buenos momentos con amigos y una gran dosis de kayak. De eso iba la cosa, ¿no?
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Pasamos tres soleados días de intensa vida kayakista, remando durante el día y acampando a la orilla del río por la noche, donde al calor de una hoguera cocinábamos y conversábamos sobre las batallitas del día. Puro lujo para la Patagonia.



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Vídeo Baker:




El grupo se sentía fuerte y con ganas de aventura, y aunque la idea original era pasar varios días en el Baker, decidimos cargarlo todo de vuelta en el coche y partir más hacia el sur, hacia el río Bravo, cerca ya de Villa O'Higgins. Tras una noche de conducción y un ferry por la mañana, nos plantamos casi al final de la Carretera Austral, en un paisaje totalmente diferente, de espesa vegetación, fiordos y glaciares.
El río Bravo nada tiene que ver con el Baker. Es un río menos caudaloso, de agua gris lechosa de origen glaciar, fría como el hielo del que proviene y muy turbulenta por la gran cantidad de grandes rocas que entorpecen el paso del agua en su escarpado recorrido.
Poco sabíamos de este río, yo ni siquiera había visto antes una foto del lugar, pero había oído hablar bien de él. No en vano se incluye entre la triple corona de los ríos del sur de la Patagonia, junto al Baker y el Pascua (este va a quedar pendiente).
Lo dicho. Puro placer.

viernes, 16 de agosto de 2019

Disko Bay. Un reto en familia en Groenlandia

Yo soy donostiarra, crecido en un ambiente urbano, donde dicen que era un niño bastante movido; siempre corriendo de un lado para otro. Dicen que no paraba de subirme a las farolas y a los semáforos, y que cuando jugaba al fútbol con los amigos y el balón se nos iba a algún alto, yo subía a donde fuera a por él. Mis padres acabaron por resignarse y entendieron que era mejor dejarme hacer que pegarme gritos cuando ya no había vuelta atrás.
Con los años me calmé un poco; no había a mi alrededor nada que impulsara el desarrollo de aquellas habilidades un tanto “kamikazes”. Hasta que un verano -a punto de cumplir los diez años- me apuntaron a un cursillo de piragüismoen la Bahía de la Concha, tras el cual me propusieron entrar en el equipo de aguas bravas. Yo no sabía de qué iba eso, pero sonaba divertido, y sobretodo, diferente.
A la semana aprendí a esquimotear (a darme la vuelta una vez volcado) y al mes fuimos por primera vez al río. Allí nació mi vínculo con los ríos; unión que en adelante guiaría mi rumbo.
Mis padres pronto se acostumbraron a mi nueva afición. Veían que pasaba los días en torno al agua; cuando no era surfeando con mi kayak en el mar, era entrenando en ríos. Porque, aunque la actividad en el club estaba enfocada a la modalidad del slalom, fuimos conformando un grupo al que nos gustaba practicar todo aquello que tuviera relación con el agua y la piragua; slalom, freestyle, kayak extremo, kayak surfdescenso de ríos o lo que fuera. Cualquier excusa era buena para escaparnos a remar.
Con los años el grupo se fue dispersando y yo sentí que, tras demasiado tiempo enfocado a la competición, quería empezar a viajar más con el kayak. No a competir, sino a explorar.
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Así he pasado los últimos diez años, practicando kayak extremo, en busca de nuevas experiencias alrededor de los diversos ríos del mundo, usando el kayak como una puerta hacia nuevas aventuras. Un viaje siempre ha traído otro detrás, una expedición abría la puerta a otra, hasta que al final esas aventuras se han convertido en una parte importante de lo que soy hoy en día.
Sé que la familia no lo pasa bien cuando me voy. Practico un deporte con sus riesgos, y siempre se pasa más miedo desde la distancia. Con los años se han tenido que acostumbrar, sabiendo que lo que me aportan esas aventuras no me lo da nada más.
Es por eso que sentía que tras tantos años de aventuras me apetecía que ellos sintieran, en cierta manera, esa sensación de expedición. Que entendieran el porqué de tantos viajes, que conocieran las sensaciones que transmiten los lugares remotos, aislados, donde predomina la soledad y la naturaleza; lugares donde el mero hecho de recorrerlos ya es una aventura en sí.
Esto no es algo sencillo para la gente que no está acostumbrada a estas cosas, y menos aún para mi padre, cojo tras un grave accidente de esquí que le destrozó la rodilla hace ya treinta años. El primer día de jubilación acudió a que le pusieran una prótesis de rodilla, con la intención de acometer cosas nuevas, pero la operación resultó un desastre y hoy día vive dolorido, con la movilidad diezmada y con muchos sueños frustrados.
Pero, a pesar del dolor, una vez sentado en el kayak, le es posible remar. Mi madre le suele acompañar cuando puede y, con la ayuda además de un grupo de amigos piragüistas que le ayudan a embarcar y desembarcar, suelen salir a remar con sus piraguas de mar.
No me costó mucho convencerlos para hacer este viaje. Al principio no tenían claro si hablaba en serio o si era otra locura de las mías. Era otra locura más, depende de cómo se mire, pero esta vez quería compartirla con ellos.
Primero pensé en otros lugares, pero en cuando di con Disko Bay, en la costa oeste de Groenlandia, me di cuenta que ese debía de ser el lugar. No había dudas. Es el lugar con el glaciar que más hielo suelta en el mundo, con una rica fauna marina, con un imponente paisaje de costa granítica. Muy aislado pero a su vez accesible en avión, es el lugar de origen del kayak y -lo que es más importante de todo-, es un lugar bastante seguro.
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La Bahía de Disko se encuentra en la bahía de Baffin, en el océano ártico, frente a Canadá, y es una bahía protegida por la isla de Disko. Esta isla, de un tamaño 2,5 veces la de la isla de Mallorca, protege la bahía de las olas del mar, que ya de por si tiene pocas olas, haciéndola muy segura para la navegación en kayak.
Era lo que buscábamos. No había mejor sitio para una expedición de este tipo.
Tras muchos meses de minuciosos preparativos (no podía meter la pata en nada viajando con la family), nos plantamos en Ilulissat el 6 de julio, mi padre, mi madre, mi hermana y yo. Hacía muchos años ya que no viajábamos juntos, y encontrarnos juntos ante esta aventura resultaba muy bonito y excitante.
Al principio todo les superaba; todo les intimidaba demasiado. Se reflejaba la tensión en sus caras, pero ya nada los podía parar porque las ganas podían más, y el buen tiempo y el mar en calma ayudaban.
Y así, palada tras palada, a medida que dejas la civilización a tus espaldas, te vas fundiendo con el entorno y los nervios también, poco a poco, van quedando atrás.
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Te vas acostumbrando a pasar cerca de los inmensos icerbergs que crujen a tu paso avisando de su riesgo, pero que rara vez rompen; vibras con cada ballena que pasa, primero de respeto, luego ya de puro placer; la rutina de montar la tienda cada noche en un sitio nuevo es excitante, pudiendo elegir cada día tu habitación con las vistas que más te apetezcan. Poco a poco empezaron a disfrutar de cada pequeño detalle, y se dieron cuenta de que aquellas cosas que creían que iban a ser una tortura (dormir en el suelo, comer poco, no ducharte, recoger y montar todo cada día, el sol que en estas fechas nunca desaparece del cielo...) ni siquiera te afectan e incluso a los días encuentras un inexplicable placer en ellos. Lo único, los mosquitos. Esos sí que son insufribles, pero solo se encuentran una vez te acercas a la orilla, por lo que no nos molestaban mientras remábamos.
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Recorrimos un total de 110 km, con una media de unos 20 km al día, a paso tranquilo, disfrutando intensamente de cada palada y de todo lo que íbamos encontrando por el camino. Remábamos cada uno inmerso en nuestros pensamientos, callados, fundidos con el entorno, siempre atentos de escuchar el resoplido de alguna ballena o de ver alguna foca en el horizonte.
Pero no hay que engañarse. El lugar tiene sus riesgos también. El agua del mar está a una temperatura de dos grados, por lo que volcar ahí no es una opción, por muy buen traje seco que lleves. El viento puede llegar a soplar muy fuerte, cambia de orientación muy rápido y se levanta de golpe, sin avisar, trayendo muchas veces consigo una niebla que lo cubre todo en cuestión de minutos.
La “noche” del tercer día nos despertamos bajo una fuerte ventisca que no estaba anunciada, por lo que decidimos tomarnos un descanso y esperar a que amainara. Al final la espera se alargó un par de días, dos días que aprovechamos para descansar y hacer algún trekking por la zona.
Cuando por fin paró el viento el paisaje imponía más aún si cabe. El fuerte viento sur había acumulado todos los icebergs en el final de un canal por el que pretendíamos cruzar. Tras unos 20 km remados, la acumulación de hielo se hacía cada vez más grande, hasta que al final teníamos que empujar y apartar el hielo para seguir avanzando. Cada vez se estaba poniendo peor y más peligroso, y nada nos aseguraba que más adelante la cosa mejorara.
Decidimos parar y saqué el drone (que llevaba en mi kayak) e hice un vuelo para ver si aquella barrera de hielo era franqueable. Se confirmó que el canal se cerraba cada vez más y que corríamos el riesgo de quedarnos atascados en el hielo. Acampamos allí mismo, en la orilla, a la espera de que cambiara el viento y moviera aquella barrera de hielo abriéndonos un camino por el que cruzarlo. Pero a la mañana siguiente todo seguía igual, por allí no íbamos a pasar.
Decidimos, por tanto, muy a nuestro pesar, cambiar de destino. Navegaríamos hasta el glaciar que se encontraba al final del fiordo que nos quedaba a nuestro lado, acamparíamos allí y luego aprovecharíamos para hacer un pequeño trekking al campo de hielo. Casi sonaba mejor que el plan inicial. Como consecuencia, tendríamos que anular el ferry que teníamos reservado para regresar a Ilulissat e intentar reservar otro que sabíamos solía ir a un pequeño lodge que se encuentra en ese fiordo. Era jugársela, pero no nos quedaba otra.
Al final todo resultó bien y tras diez espectaculares días regresábamos a Ilulissat con la satisfacción de haber cumplido un sueño.
Aún estoy impresionado de la capacidad de adaptación que tiene la gente. De lo que somos capaces de hacer cuando luchamos por ir más allá de lo que nos pensábamos capaces de hacer. Mis padres superan los sesenta -mi padre con creces…- y nunca habían hecho algo ni siquiera parecido. He disfrutado aún más de lo que esperaba compartiendo esta experiencia con ellos, viéndoles disfrutar como niños y rejuvenecer bajo la luz del ártico. Y también con mi hermana, quien siempre ha mirado la piragua con cierto recelo. Es probable que esta haya sido la aventura de sus vidas, o ¿puede que simplemente se haya encendido una llama que los lleve a nuevas aventuras en el futuro? Ojalá que así sea.
Al final, lo que se demuestra es que lo único que necesitamos son ganas e ilusión por probar cosas nuevas, ponerte retos que te hagan esforzarte y superarte cada día, no decir que no a nada y lanzarte a la aventura. Cada día más, pienso que los límites se los pone uno mismo, pero siempre se puede ir un poco más allá de donde pensabas que estaban esas barreras. Eso sí, hay que tener claro dónde te estás metiendo y con quién.
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